miércoles, 10 de julio de 2013

El ladrón de bragas I


Es sorprendente como la vida puede llevarte a situaciones que jamás pensaste que pudieran ocurrir.  Eso fue lo que me sucedió durante las vacaciones del verano pasado.
Como todos los meses de julio nos trasladamos a un chalet que tenemos en la sierra.
Antonio, mi marido, solo estaría el fin de semana y volvería a la ciudad entre semana hasta que llegaran las vacaciones de agosto. En mi urbanización esto es algo habitual y, tanto yo como casi todas mis amigas, pasamos el mes de julio solas. No es cuestión  de quejarse, después de todo, eso nos permite disfrutar más las vacaciones y podemos compartir algunas divertidas veladas en las que nos contamos confidencias y echamos unas risas. Además en mi caso, por suerte, no estaba totalmente sola ya que mi hijo Luis prefiere venirse conmigo a la sierra. Luis además es un chico que, a pesar de tener ya 17 años, no es de los que se pasa el día en la calle.
Este año el chalet de al lado lo alquilaron a un grupo de jóvenes. Eran más chicos que chicas y parecían ser estudiantes universitarios.
La verdad es que algunos de ellos eran bastante atractivos aunque un poco jóvenes para mí. Yo tengo 41 años y me conservo bastante bien pero nunca me ha dado por fijarme en chicos de esas edades.
Los nuevos vecinos no suponían un problema y, aunque a veces hacían algo de ruido con sus fiestas, no empecé a prestarles atención hasta que comenzaron los incidentes.
Por las tardes después de comer Luis suele meterse en su cuarto con el ordenador y yo aprovecho para tomar el solo en la piscina. Nuestra piscina queda en la parte de atrás y es muy reservada así que prefiero broncearme haciendo topless.
Una tarde, tras darme un primer baño, me senté en la tumbona y comencé a darme un poco de aceite bronceador.
Estaba esparciendo el aceite por mis pechos cuando oí un ruido procedente del seto que nos separa del chalet de al lado. Me hice la tonta y me tumbé boca abajo pero agudizando el oído para ver si volvía a oír algo. Al momento volvía oír un ruido de ramas. Era evidente que alguien me estaba observando desde el otro lado de los cipreses.
Primero me alteré un poco. Siempre es inquietante que alguien te espíe, pero tras repasar mentalmente el aspecto de los chicos que había visto entrar en el chalet, pensé que todos eran muy monos y que seguramente alguno de esos chicos era el que se estaba regalando la vista con mi cuerpo casi desnudo. Mi marido últimamente no me prestaba mucha atención así que de sentirme un poco asustada pasé a sentirme halagada.
Por un momento imaginé a uno de esos chicos tocándose tras el seto y comencé a excitarme.
Quizás aun tenía un cuerpo capaz de atraer a uno de esos chicos a pesar de estar rodeado de jovencitas.
Sin pensar mucho en lo que hacía, deslice mis dedos por el borde de la braguita del bikini y lo metí entre mis nalgas como si quisiera que me diera el sol en el culo. Esto es algo que no suelo hacer pero la calentura me hizo pensar… “si quiere ver bien el cuerpo de una cuarentona vamos a darle el gusto al muchacho para que se desahogue”.
Después de unos minutos ya no volvía oír ningún ruido y el resto de la tarde transcurrió como cualquier otra, salvo por el hecho de que no había dejado de fantasear con aquellos muchachos.
Hacía tiempo que no me masturbaba pero aquella noche me sentía especialmente excitada y la fantasía de un chico agitando su miembro tras los setos me llevó a masturbarme impetuosamente hasta alcanzar un intenso orgasmo.
Un par de días después ocurrió el segundo incidente.
Entre mi chalet y el que ocupaban los jóvenes había un pequeño patio en el que estaba nuestro lavadero y el tendedero de la ropa. La noche anterior había tendido varias prendas de ropa interior y, al ir a recogerlas por la mañana, eché en falta una de mis braguitas de algodón. Quizás estaba confundida y no la había tendido pero, de pronto, me asaltó la idea de que también podría haber sido mi joven admirador. No era difícil saltar por el seto de cipreses y esos chicos seguro que eran muy ágiles.
Estaba dándole vueltas al tema cuando al ir a poner una nueva lavadora encontré las bragas dentro del tambor. Las cogí y enseguida noté algo extraño. Pesaban un poco y estaban pegadas. Comencé a separar la parte de delante de la posterior comprobando, atónita, que todo el interior estaba empapado en esperma. No había ninguna duda sobre eso, el olor era muy intenso y aun estaba bastante fresco.
Mi corazón latía fuertemente, sobrecogido. Aquello era más de lo que me habría imaginado y pensar que alguno de aquellos chicos había saltado a mi casa me inquietaba.
Miré hacia el seto pero nada se oía y el espesor del ciprés apenas dejaba ver lo que había al otro lado. Con las bragas aun en la mano entre dentro de la casa y me senté en una silla de la cocina. Intentaba tranquilizarme y restarle importancia, total tampoco había pasado nada.
Seguramente me había pasado con la exhibición del otro día y uno de los chicos no había podido contenerse. 
La humedad del esperma comenzó a traspasar el algodón y a mojarme los dedos. Me quedé mirando fijamente las bragas y, como si fuera algo irremediable, acerqué de nuevo las bragas a mi nariz y aspiré profundamente. [suspiro intenso] ¡Oh, Dios mío! Como olía a leche de macho, y que cantidad tan disparatada. El que fuera se había corrido como un burro. Mi corazón estaba de nuevo a tope y cuando quise darme cuenta tenía los muslos apretados.
Me levanté, salí al hall de la entrada de la casa y di una voz para ver donde estaba mi hijo Luis.
No hubo respuesta. Seguramente estaría en el club social así que tenía unos minutos de tranquilidad. Nerviosa, como la que entra en un banco a robar, subí las escaleras y me metí en mi cuarto. La cama aun estaba sin hacer así que me tiré sobre las sábanas y me acurruqué entre los almohadones con las bragas pegadas a mi cara.
Uhmmmffff… de nuevo estaba muy excitada, aquel olor a macho me tenía trastornada y mi pituitaria me exigía que aspirara aquel aroma una y otra vez.
Comencé construir escenas en mi cabeza. No eran pensamientos ordenados, solo flashes, imágenes obscenas de un joven pajeándose envolviendo su polla con mis bragas. Una polla joven, dura, caliente y llena de venas. Quería olerla, tocarla, sentir su calor rozándome la piel, mis labios, besarla, lamerla pero sobre todo, sobre todo, llenarme la boca con ella, sentir sus palpitaciones y mamarla, mamarla ansiosamente disfrutando cada instante.
¡Que bueno sería tenerla aquí en este momento!, sorprender al chico mientras se masturba y cogerle la polla.  “Déjame a mi”. Arrodillarme frente a él si dejar de menearle la polla mirándolo  a los ojos. “¿Te gusta mirarme?, ¿Te gusta mi cuerpo?, síí,  eres un chico malo, seguro que pensabas en mis tetas y en mi culo ¿A que sí? Quieres follarme ¿verdad?, dime, ¿quieres follarme?”.
Me estaba poniendo muy caliente, mis ganas de correrme eran irresistibles pero tampoco quería que acabara y seguí fantaseando.
“Te gusta ¿verdad?, te gusta como te la chupo.
Sabes que las mujeres como yo lo hacemos mejor… pero no es porque tengamos más práctica, es porque nos gusta más.
Me encanta tu polla. Me pasaría la vida chupándotela…  pero yo sé lo que quieres ahora, y lo que quieres es ¡follarme!”.
No podía más, me frotaba el coño como una posesa mientras hundía la cara en mis bragas llenas de leche.
“Sí, espera un momento, deja que me de la vuelta y métemela por detrás. , así, así, cógeme las tetas, así, así, fóllame así. Siente lo gordas que son, sí. Apriétame los pezones”
Ohh!, que placer sentirme penetrada por aquella joven verga. La verga de un muchacho desconocido.
Aguantar sus fuertes empellones en mi culo, apoyada sobre la lavadora con las bragas por los tobillos y sentirme deseada, sexy, caliente… ¡puta!
“Sí así cariño, así fóllame así… vamos, no pares, sigue, más fuerte, más fuerte… “
Quería sentirlo… sus manos amasando mis tetas y rozando mis pezones, duros y sensibles como nunca… su aliento en mi nuca y su voz ronca gimiendo y llamándome puta.
“oh, sí, que gusto, que gusto, sigue así, sigue, córrete, córrete dentro de mí, sí así, así, así… siento tu leche, sí siento tu leche… sí, cariño, me corro, me corro…”
Guau! Qué me había pasado. Estaba acurrucada en la cama temblando. No recordaba cuanto hacía que no había tenido un orgasmo tan intenso.
Pero cómo se me había ido la cabeza de aquella manera. Me di cuenta de que tenía la cara toda húmeda y apestaba a esperma.
No sabía que podía ser tan guarrilla. Debe ser que me hace falta un buen polvo.
Recogí todo, puse las bragas a lavar y me di una ducha.

Al rato llegaba Luis para almorzar y la vida regresaba a la normalidad pero… hasta cuándo.

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