Creo que incluso cambié
mi forma de caminar y comencé a darme largas duchas junto a la piscina antes de
darme un chapuzón.
Quería exhibirme y estaba
segura de que aquel chico del chalet de al lado pasaría la tarde espiándome. Pasé de meterme la braguita del bikini por el
culo a usar un tanga directamente y así dejar mis nalgas bien expuestas todo el
tiempo a las miradas de mi admirador.
Tras un primer día, en
el que no ocurrió nada, la segunda tarde orienté la tumbona en dirección al
seto, incliné un poco el respaldo y comencé a aplicarme bronceador por todo el
cuerpo. Lo hacía de una forma sensual. Primero las piernas echando mi cuerpo
hacia adelante y haciendo que mis tetas colgaran sobre mis muslos. Después me
tumbé y me unté un poco sobre la barriguita dando círculos acompasados. Y,
finalmente, vertí un poco de aceite en ambas manos y comencé a amasar mis
pechos embadurnándolos totalmente.
Mi piel brillaba con los
reflejos del sol y me estaba poniendo cachonda. Los pezones comenzaron a endurecerse y cuando quise darme cuenta los estaba
aprisionando entre mis dedos resbaladizos. Mi coño empezaba a humedecerse y mi
cuerpo entero se estremecía, uhmmm.
“¡Hola mamá!, ¿qué haces?, ¿tomas el sol?”
¡Dios!, casi me da un
infarto, me incorporé de un salto intentando aparentar normalidad aunque casi
no me salían las palabras. Menos mal que tenía puestas mis gafas de pantalla y
mi hijo no pudo ver mi cara de estupor.
“Hola hijo. Sí aquí poniéndome morenita”
“Ya veo. Pero ten cuidado que llevas mucho aceite y te puedes quemar”
“Oh, no te preocupes, tengo cuidado con eso. ¿Qué pasa?, ¿vas a darte
un baño?”
“Pues no sé… Sí, creo que sí. Es que se ha ido internet y no podía
hacer nada en el ordenador.”
¡Puto internet! Que
oportuno, casi se me sale el corazón por la boca.
“Bueno, te la dejo para ti. Yo ya me voy para adentro”.
Cogí la toalla y me la
puse como un pareo. No quería que mi hijo viera el tanga que llevaba puesto.
Entre en casa y me di
una ducha en el dormitorio.
“Desde luego estoy loca” pensé. Ni siquiera había vuelto oír ruidos
tras el seto y me estaba comportando como una zorra desesperada por un poco de
sexo.
Intenté olvidarme del
tema y volver a la normalidad así que aquella noche alejé de mi cabeza los
calientes pensamientos de los días pasados.
Así pasaron unos días más
durante los que seguí tomando el sol en tanga pero sin prestar demasiada
atención a mis vecinos hasta que, una mañana al ir a recoger la ropa del
tendedero, me di cuenta de que volvían a faltar unas bragas.
Sentí que el corazón se
me aceleraba y lentamente me fui acercando a la lavadora. Me agaché un poco y
allí estaban. Esta vez parecía haber aun más semen y juraría que aun estaba
caliente.
Miré a mi alrededor y
tras ver que no había moros en la costa cogí las bragas y me las escondí en el
bolsillo de la bata toda nerviosa.
Entré de nuevo en casa y
me acerqué al dormitorio de mi hijo. No lo había oído salir y no estaba segura
de si ya se había ido al club social como cada mañana.
Me asomé y ¡mierda!, aun
dormía. Seguro que se había acostado tarde conectado a internet.
Me fui sigilosamente a
mi dormitorio, cerré la puerta y me metí dentro del baño. Tenía claro que me
iba a hacer una señora paja pero necesitaba un poco de intimidad.
Puse una toalla doblada
sobre la tapa del inodoro para estar más cómoda, me bajé las bragas y me
despatarré dispuesta a disfrutar el momento.
Uhmm!, una vez más aquel
intenso olor entraba por mi nariz y se adueñaba de mi cerebro. Definitivamente
la corrida estaba más fresca que la otra vez y aun había gruesos grumos de
lefa.
Masajeaba mi clítoris
que estaba hinchado como nunca sin dejar de oler y mirar aquella masa viscosa
hasta que de forma inconsciente saqué la punta de la lengua para rozarlo
levemente y sentir su sabor salado.
“Uhmm! Qué rica me sabe la leche
cuando estoy tan caliente”, saqué la lengua un poco más y atrapé un goterón
de leche que comenzaba a resbalar de la braga para aplastarlo contra mi paladar
e inundarme de su sabor.
¡Oh! ¡Dios mío! Qué haría él si supiera que la mujer en la que piensa
cuando se masturba se está pajeando mientras se come su semen. Su polla se
pondría súper dura y no podría dejar de meneársela.
Seguro que no imagina que soy tan puta.
Que mi coño se derrite solo de imaginar que me folla.
Vendría a buscarme para que fuera yo la que le sacara la leche
directamente de su gruesa y caliente polla. Y yo lo haría encantada . Me la
comería entera, lentamente, torturándolo, abusando de su juventud, haciéndolo
sufrir para que la leche se le fuera acumulando en los cojones y pudiera
inundarme con ella.
“¡Vamos chico malo!, a ver qué
sabes hacer… o es que solo sabes robar bragas para pajearte.
¡Venga! Méteme esa polla y
demuéstrame lo machito que eres. ¿No es eso lo que quieres?
Así, así, métemela, sí, sí,
fóllame, fóllame.”
Otra vez aquella fantasía me hacía retorcerme de placer. Me frotaba el
chocho con tanta intensidad que tenía el brazo acalambrado. La saliva se me
acumulaba en la boca y babeaba entre estertores. Quería… necesitaba ser
follada.
¡Ohggg! Como me gusta sentirla
tan dura, así, así… ¡vamos! rómpeme el puto coño, sí, sí, así, así, mira como
me corro, mira como me corro con tu pollón, uhmmgg sííí…”
¡Dios! Otra vez me había
pasado. Había perdido el control por completo y terminé desmadejada en el suelo
del baño con las jodidas bragas llenas de semen entre mis piernas. Era una
locura.
Me sentía un poco
avergonzada por tener aquellas fantasías tan morbosas pero me estaba dando cuenta de que había
descubierto una parte de mi que no conocía. Una parte de mí que había comenzado
a darme mucho placer y a la que no pensaba renunciar por el momento.
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